« Appio Claudio Pullus volvía a su casa atemorizado. Cuando salió a la calle esta mañana, había oído una conversación casual. Una niña le decía a un gatito «no vas a volver a aquí». No sabía de qué estaban hablando, pero era un pésimo augurio. Especialmente después de la visita de aquella hiena a sueldo de Craso del día anterior.
Empezó a oír gritos según se acercaba a su calle, y decidió acelerar el paso. Vio a la cuadrilla de bomberos y entonces lo entendió todo. ¡Craso! ¡Las furias se lo lleven!
Su mujer fue corriendo hacia él gritando su nombre. Él la abrazó mientras Pompeya no hacía más que repetir que su casa, la casa de sus antepasados, estaba en llamas. – ¿Y las niñas? – acertó a preguntarle Appio. –A salvo, todo el mundo ha salido de la casa, hasta los esclavos.-
«Entonces sólo me queda hablar con la hiena de Craso», pensó Appio. Estaba allí, ufano, ante los bomberos de Craso (todos los bomberos de Roma trabajan para Craso).
-¡Tú!- Appio recordaba su nombre, de la noche anterior, pero no iba a honrarle pronunciándolo.
-Oh, poderoso Claudio, que la Fortuna te acompañe.
-¡Maldito animal! ¿Vais a quemar todo el Palatino? ¡No soy un cualquiera! ¡Mi familia es de las más antiguas y respetadas de Roma!, maldita sea ¡Mi familia construyó ese puto acueducto que tenemos delante!
-Tranquilo, Claudio, nadie más que yo respeta vuestra familia…
-¡Dile a Craso, ese animal que fornica con vestales, que mi padre murió luchando junto a él en la Porta Collina!
-¿Craso? ¿Marco Licinio? Creo que me confunde, poderoso señor, yo no tengo el honor de conocer a Craso….
Por su puesto, pensó Appio, claro que negará conocer a Craso. Ese irrumator jamás se mancha las manos. Para eso contrata a hienas como aquella.
Por un instante, Appio sopesó sus posibilidades. Su familia era de las principales familias patricias de Roma, pero él no pertenecía a las ramas más adineradas. Sus primos le saludaban por la calle y a veces le invitaban a sus casas, pero no le apoyarían en un enfrentamiento contra Craso, el riquísimo Craso… menos ahora que estaba apoyado por César y por el gran Pompeyo.
Al final, Appio acabó optando por la única opción posible.
-Acepto vuestra oferta de ayer.
-¡Pero, poderoso Claudio, ayer vuestra casa estaba entera! – Una risa de hiena salió de aquel cunnus – Me temo que hoy sólo puedo ofreceros la mitad.
-Acepto la mitad.
La hiena pareció un tanto sorprendida, pero al final volvió a sonreír.
–Así sea entonces. Es un placer negociar con hombres importantes. 400.000 sestercios entonces, aquí están.
En el momento en el que la bolsa pasó a propiedad de Appio, la cuadrilla de bomberos comenzó a trabajar por apagar el incendio. Appio no necesitaba ver nada más, recogió a su familia y a sus esclavos y se dirigió a casa de un buen amigo, al día siguiente partiría rumbo a su casa del campo.
La hiena, por su parte, no tuvo tiempo de reírse mucho más. Al día siguiente su cuerpo, o lo que quedaba de él, apareció mutilado. Alguien había pagado 400.000 sestercios a un profesional porque le hiciera un trabajo especialmente cruel. Sin duda, 400.000 sestercios era todo una fortuna, pero el cliente quería que el profesional se esmerase especialmente.
Tal vez Craso sea intocable. Pero sus hienas son muy vulnerables.»
Roma es un juego de rol que será publicado en breve por Ludotecnia, dentro de su línea Cliffhanger, y que ha sido escrito por un servidor de ustedes y de la diosa Fortuna. 🙂