Estos relatos iban a aparecer, originalmente, en Roma, el juego de rol que próximamente publicará Ludotecnia.
Desgraciadamente, al final se han quedado fuera, lo cual es un nuevo motivo para publicarlos aquí 🙂
«-¡Dominus! ¡Dominus!
Cayo Plinio Cecilio Segundo estaba dormitando sobre sus papeles y se despertó sobresaltado ante la la irrupción de su siempre tan educado esclavo.
-¿Qué es lo que sucede, Vesto?
-Perdone, Dominus, por haberle molestado en sus meditaciones.
Plinio empezaba a impacientarse -Perdonado estás, Vesto, pero dime ¿qué ha motivado una irrupción tan brusca en mi despacho?
-Dominus, creo que deberías verlo, ¡¡¡el Vesubio ha estallado!!!
Plinio olvidó por completo su anterior enfado y una emoción infantil se apropió de su pecho ¿sería posible que los dioses le recompensaran con un prodigio semejante? Con una agilidad impropia de sus grandes dimensiones, el sabio se dirigió de inmediato a la azotea.
El Vesubio llevaba varios días mostrando actividad. La tierra de sus laderas se agitaba nerviosamente, y humos sulfurosos salían de sus grietas. Pero lo que estaba viendo ahora no tenía nada que ver con lo de los días anteriores. Efectivamente, el Vesubio había estallado. Una gran humareda salía del volcán y se extendía por toda la parte visible del cielo. Plinio, siempre curioso, estaba discutiendo con sus sirvientes la posibilidad de coger un barco ligero y acercarse al volcán cuando un ciudadano interrumpió bruscamente sus planes. Entró en la azotea perseguido por un esclavo, aquel hombre no tenía tiempo para las buenas maneras.
-Poderoso Plinio, disculpe la intromisión. Vengo remando desde Pompeya… El Vesubio está escupiendo fuego por todas partes, los caminos están intransitables y toda la ciudad se agolpa en el puerto, pero el agua ha descendido y los barcos han encallado. Si la flota no actúa rápidamente, toda la ciudad morirá…
Plinio escuchó estupefacto al joven y después se maldijo a sí mismo por ser tan estúpido. Él regodeándose con el poder de Vulcano y no se había parado a pensar en las consecuencias que aquello podía traer. ¡Claro que había que actuar rápidamente! ¡Y él era el almirante de la flota del Adriático!. Saldría inmediatamente a Pompeya y desalojaría la ciudad. Probablemente habría que hacer lo mismo con Herculano y con cuantas ciudades de la región como fuera necesario. ¡La armada romana está al servicio de los romanos! No sólo para perseguir a los piratas, sino para salvarles de la furia del Vesubio.
-Desde luego. Partiremos ahora mismo hacia Pompeya. ¿Cómo os llamáis, ciudadano?
-Sexto Cloelio, señor.
– ¡Vesto! Prepara mi litera. ¡Fullo! Corre al cuartel y dile a Quinto Seio que me dirijo hacia allí y que prepare la flota, hemos de partir hacia Pompeya. ¡Niger! Sírvele un poco de agua fresca a Sexto Cloelio.
-Señor, con vuestro permiso, me gustaría volver con vosotros. Mi familia está allí.
Plinio miró al joven con cierta simpatía, desde luego era un buen romano -Como desees, Sexto Cloelio.
El obeso Plinio llegó en su litera hasta el puerto y observó con satisfacción que ya había algunos de los barcos preparados. No toda la flota, desde luego, hubiera sido imposible en tan poco tiempo. En cualquier caso, saldría con los barcos disponibles mientras se seguían preparando los demás. El sabio garabateó en sus papeles el nombre de Quinto Seio para acordarse luego de que debía escribir un informe favorable sobre él.
Seis de los barcos se plantaron ante el puerto de Pompeya. El espectáculo era terrible.
Dos grandes lenguas de lava se vertían directamente sobre el mar, calentando peligrosamente el agua. Entre las casas en llamas de la ciudad los pompeyanos luchaban desesperadamente por no quedar enterrados por las cenizas. Los más jóvenes se encontraban ya apelotonadas en el puerto o nadando sobre un agua que en cualquier momento podía entrar en ebullición.
Plinio, por primera vez en su vida, no tenía palabras con las que describir aquel horror. Los hombres que le rodeaban, por su parte, no hacían más que lanzar quejosos rezos hacia Vulcano.
La caldera del volcán debía haberse inflado alzando todo el puerto, por todas partes se veían peligrosas rocas que normalmente estaban demasiado profundas como para significar un peligro. A juzgar por la gente que se veía de pie en el agua, era evidente que no había calado suficiente como para acercar los grandes barcos de su flota.
-¡Señor! ¡Debemos retroceder, los barcos están en peligro!- Plinio miró a Quinto Seio, sin entenderle, cuando un par de rocas cayeron cerca de ellos. En ese momento Plinio comprendió que, absorto con el terrible espectáculoa, no había prestado atención a las enormes rocas que el volcán escupía furiosamente, y que llevaban un rato cayendo por todas partes. Simplemente, el almirante se sentía superado, su cerebro era incapaz de pensar con claridad.
Sexto Cloelio, al escuchar a Quinto Seio se plantó ante Plinio – ¡Señor Plinio, hay miles de ciudadanos que morirán si no seguimos acercándonos!
Plinio se dio la vuelta sin saber que hacer mientras ambos hombres seguían gritándole. Le pareció incluso que en un momento dado, Quinto Seio le pegó un puñetazo al joven pompeyano. En ese momento, algo se rompió dentro de Plinio y sus ciento cuarenta kilos de humanidad se desparramaron por la cubierta.
Quinto Seio, al ver el paro cardiaco que sufría su almirante, no dudó en ordenar a la flota retirarse en dirección a Herculano. Sexto Coelio saltó del barco y nadó hacia Pompeya. Nunca se le volvió a ver.
Plinio tardaría un día más en morir, en la ciudad de Herculano, mientras sus ciudadanos huían también de la poderosa furia de V ulcano. »
Me baso en el relato que escribió Plino “el joven”, sobrino de Plinio el viejo que es el Plinio de esta historia. Una vez quitado todo aquello que huele claramente a una mentira destinada a engrandecer la memoria de su tío 🙂
Roma es un juego de rol que será publicado en breve por Ludotecnia, dentro de su línea Cliffhanger, y que ha sido escrito por un servidor de ustedes y de la diosa Fortuna. 🙂
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