Incontables tiempos antes de que existiera el mundo, Praetes se encontraba solo en el vacío infinito. Oscuridad y luz le rodeaban en un caos de sonidos y colores, mientras Praetes meditaba. Y no sabía cuanto tiempo llevaba meditando, pues el tiempo no existía.
Llegó un día, y abrió el Libro. Y comenzó a escribir. Y comenzó a leer. Y cada palabra que escribía, y cada palabra que leía, producía un cambio a su alrededor. Y escribió los nombres propios, con mayúsculas, y nacieron los dioses. Y los leyó en voz alta, y los dioses hablaron. Y escribió los nombres de las cosas, y las cosas fueron creadas. Y así se creo el mundo, y la oscuridad, y la tierra, el agua, el aire y el fuego. Y jugó con los nombres de las cosas, y creó los montes y los ríos, los bosques y los desiertos. Y creó las razas inteligentes, y los seres vivos.
Y Praetes leyó las cosas que había escrito, y las montañas crecieron y chocaron unas con otras, y llovió y los ríos se movieron, y las plantas germinaron y aparecieron los bosques, y donde no había bosques los desiertos llamaron a la arena. Y las razas descubrieron que estaban vivas y sintieron curiosidad. Caminaron por bosques y lagos, por montañas y desiertos, y vieron las maravillas que habían sido creadas, y se conocieron unas a otras.
Sin embargo, algunos dioses no estaban contentos. Sabían de la existencia de Praetes, y habían visto el Libro, y querían Escribir y Leer. Sin embargo, Praetes los conocía perfectamente. Él había escrito sus nombres, y los había leído. Pero les enseño a Leer a todos. A los que deseaban, y a los que no, para que nunca hubiera un dios por encima de otro.
Y los dioses aprendieron a Leer.
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